Una de las cosas que más me sorprendieron de mi certificación como educadora en Disciplina Positiva fue la importancia que se le da al concepto de alentar a los niños. Es un concepto importantísimo, ya que un niño que se porta mal es un niño desalentado. Y como decía Dreikurs, para crecer, un niño necesita aliento igual que una planta necesita agua.

Tras mis años de formación como psicóloga, se te queda grabado a fuego que para que un comportamiento se repita, hay que reforzarlo positivamente. Esto es, en lenguaje académico, hay elogiarlo continuamente hasta que se haya adquirido. Así, si queremos que nuestros hijos aprendan a hacer algo como queremos o les pedimos, nos pasamos el día diciéndoles “¡muy bien!” en cuanto comienzan a realizarlo.

Este comportamiento como padres se mantiene porque partimos de la visión de que el adulto decide, organiza y ejecuta lo que se aprende. Porque sabemos en todo momento cómo  y cuándo se deben hacer las cosas y el niño, en algún momento, quedó relegado a responder a nuestras directrices y le pedimos que vea el mundo con nuestros ojos y piense como nosotros. Y no sé si a vosotros os pasa, pero a mí eso me resulta agotador. Nos colocamos en la tesitura de tener que controlar todo el tiempo lo que hacemos y lo que hacen los niños, decidir cuándo es el momento y de qué forma concreta tienen que aprender a hacer algo. Y por supuesto, acordarnos de reforzarles en cuanto lo han hecho.

Os pido que os pongáis en situación. ¿Podéis contar cuántas veces al día os sale “muy bien” y vuestro hijo sólo ha dado un pequeño paso? ¿Notáis si habéis interrumpido algo que estaba haciendo concentrado y al momento deja de hacerlo? ¿Pensáis que en esos momentos contribuís a que se escuche y se conozca a sí mismo, encuentre el placer en lo que hace o cree alternativas propias o simplemente que nos escuche a nosotros/as? ¿Termina lo que ha empezado voluntariamente? ¿Os reclama continuamente para cada cosa que hace?

Cuando abusamos de los elogios o alabanzas, estamos contribuyendo a que el niño vaya aprendiendo a  modelar su comportamiento para tenernos atentos y contentos con lo que hace y, en definitiva, para seguir teniendo amor y aprobación. Porque cuando alabamos continuamente a un niño, nos estamos centrando en el resultado final de su conducta, en si se adapta exactamente a lo que le hemos pedido. Su motivación extrínseca o externa aumenta, de modo que su comportamiento se orienta a conseguir la aprobación de los demás. Disminuye la motivación intrínseca, por lo que deja de hacer cosas por el simple placer de hacerlas por sí mismo, de interesarse por actividades y persistir en ellas independientemente de su desenlace.

A su vez, sus comportamientos están continuamente orientados al premio o la recompensa, así que cesan cuando llega ésta. Se conforman cuando llega el “muy bien”, dejando de explorar su propia iniciativa o creatividad y volviéndose dependientes de nuestra aprobación.

El elogio o alabanza parte también de la idea de que de esta forma, damos autoestima a los niños. Sin embargo, la autoestima no es algo que se dé o se entregue exclusivamente desde fuera, sino que se debe construir desde ellos mismos: ellos son los que tienen que sentirse orgullosos de sus logros, felices con sus conquistas, conscientes de sus capacidades. Es decir, sentirse valiosos sin la necesidad de la aprobación de los demás. Y para ello, nuestra tarea como padres es alentar, animar o motivar, en vez de alabar.

Porque alentar implica respetar, comprender, partir de su perspectiva. Enseñarle que él puede decidir. Animar y motivar su proceso, valorar su esfuerzo, más que si el resultado es el esperado (por nosotros, dicho sea de paso). Porque alentar a nuestros hijos les da la posibilidad de explorar qué piensa o siente, qué ha aprendido y qué necesita mejorar utilizando su propia autoevaluación. Además, puede experimentar las consecuencias naturales de sus actos y podemos hacerles llegar nuestro aliento por el esfuerzo y el progreso realizado. ¿O es que un niño que se esfuerza no merece reconocimiento aunque no haya conseguido el (nuestro) objetivo?

¿No os parece diferente decirles “muy bien, lo has hecho como te he dicho” a “¿has terminado?. “¿Te gusta como te ha quedado?” O también, en lugar de “estoy orgulloso de ti por haber sacado un 10, te mereces un premio” dirigirnos a ellos con “veo que te has esforzado mucho y has sacado un 10. Debes estar muy orgulloso de ti mismo”.

Ya sé lo que estáis pensando.  Entonces,  ¿qué pasa, que es malo elogiar?

No estamos hablando de erradicar de manera radical los refuerzos positivos que aportamos a nuestros hijos, ya que el aliento y los halagos en los momentos oportunos pueden ser una combinación positiva. Les damos además información sobre su ejecución y mostramos nuestra opinión personal. Por ello, vamos a tratar de instaurar en nuestro repertorio otras alternativas al excesivo “muy bien” y otros elogios y plantearnos en qué momentos podemos utilizarlos para ayudar sin interferir en el desarrollo de los niños.

¿Cómo podemos Alentar a nuestro hijo?

  1. No decir nada, permanecer en silencio. A veces lo importante es simplemente acompañar y dejar que ellos hagan, avancen… y se equivoquen o acierten en función de sus propias metas (¡que pueden ser diferentes a las nuestras!).
  2. Sonreír y observar. Antes de soltar automáticamente el “muy bien” y si no sabes qué decir, sólo observa y sonríe. Eso da complicidad y aporta compañía y calidez.
  3. Contacto físico agradable. Una caricia, un abrazo… algo que os conecte sin interrumpir ni frenar. Hacerle ver que estás presente, simplemente.
  4. Decir gracias. Indica que nos ha ayudado o nos ha gustado su acción. Es específico y tiene un uso puntual. Además, contribuye al aprendizaje de los conceptos de “gracia y cortesía”.
  5. Describir lo que ha hecho / lo que vemos. Ponemos en palabras tanto lo que ha hecho como los pasos que ha ido dando. “Veo que has recogido la ropa del suelo. Has cogido el pantalón y la camiseta, llevándolo a la cesta de la ropa”. “Veo que has cogido varios cuentos para leer tranquilamente”.
  6. Tratar de conectar con lo que siente. Nombramos los sentimientos y le preguntamos qué / cómo se ha sentido. “Has terminado de recoger los juguetes, ¿estás contento?”, “¿Te gusta que estén ordenados”?”. Tratamos también de que ellos sean conscientes de sus emociones: “¿Te ha gustado pintar?”. “¿Estás contento de haber usado esos colores?. ¿Te gusta a ti?».  
  7. Lo has conseguido / Te has esforzado. Si empezamos describiendo lo que vemos, podemos culminar con “lo has conseguido”. Esta fórmula contempla el esfuerzo realizado y la evolución. “Has empezado a poner todos los cubos para hacer la torre, ¡lo has conseguido!”. “Te has esforzado mucho para que se mantuviera, ¿verdad?”
  8. Preguntar qué es lo que hace, hazle preguntas. “¿Qué estás pintando?”. “¿Vas a utilizar colores?”. “¿Y ahora qué vas a hacer?”.
  9. Contemplar sus progresos. “Antes te costaba un poco hacerlo, ya has aprendido a ponerte los botones”. “¿Cómo lo has hecho?”. “¿Cuándo aprendiste?”.
  10. Hacerles conscientes de sus logros. “¿Has visto lo que has hecho? ¡Mira cómo está! ¡Buen trabajo!. Estarás orgulloso, ¿no?”
  11. Y de vez en cuando… ¿por qué no un “muy bien”? Ahora que hay tantas opciones para elegir, ¿equilibramos?.

En resumen, alentar es dar amor incondicional, no importa el resultado de lo que hagan sino el esfuerzo e interés que empleen. ¿Te animas a empezar a alentar?

Si te ha gustado este tema y quieres seguir profundizando, ¡vente a nuestro taller de Disciplina Positiva! Comenzamos en septiembre. Pídenos información en reamarecrianza@gmail.com